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El estreno de su cuarteto de cuerdas está previsto en el invierno de 1893. El

mes de diciembre es particularmente frío. Las fuentes de los jardines se han

helado y las alas de los molinos de Montmartre se hallan paralizadas por la

escarcha. El termómetro indica 13 grados bajo cero. Debussy ha viajado a

Bélgica en noviembre para encontrarse con los músicos del cuarteto Ysaÿe.

Cuenta con su colaboración para tocar por vez primera su nueva partitura.

Conoce su talento, su notoriedad. Eso no puede sino ser una ventaja para él.

Su acuerdo con ellos ya constituye una primera victoria. Pero Debussy teme

la crítica. Conoce su virulencia. Y también los profesores del Conservatorio,

con frecuencia demasiado dados a la ciencia académica. Intenta fingir la

indiferencia pero al enfrentarse al frío, acudiendo a la Sociedad Nacional de

Música, donde ensaya el cuarteto Ysaÿe, la ansiedad le tortura. ¿Después de

todo, no fue todoun éxito la

Suite Bergamasque

que se estrenó dos años antes?

Se tranquiliza, experimenta estados de ánimo contradictorios y espera con

impaciencia la hora del concierto.

Mientras se va llenando la sala, Debussy busca en la muchedumbre algunas

caras conocidas. Un joven de aspecto pulido se sienta en las últimas filas.

Debussy reconoce a Ravel. Dicen que le espera un brillante porvenir.

Con su bigote cuidadosamente cortado, con ese pañuelo que siempre

acompaña sus trajes, desde la chaqueta de tweed al abrigo, y desde el traje

de franela al smoking, Maurice Ravel se halla, como siempre, vestido con la

más refinada elegancia.

CUARTETO TALICH 69